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Este artículo evalúa críticamente cómo las mujeres veterinarias altamente cualificadas dan sentido a su limitada progresión profesional en un contexto de postfeminismo.

La medicina veterinaria siempre ha sido una profesión basada en la adaptación y la expansión. Los primeros veterinarios de Estados Unidos eran médicos de caballos que cuidaban de los miles de animales utilizados para el transporte, el trabajo militar y otras tareas. Con la llegada del automóvil y la cadena de montaje, los caballos fueron rápidamente sustituidos por coches, lo que provocó una drástica disminución de la población equina estadounidense. Pero los veterinarios se adaptaron, ampliando su papel más allá del de médico de caballos. Muchos veterinarios pasaron al sector público, desempeñando funciones reguladoras a nivel estatal o federal. Otros pasaron a la práctica de los animales de compañía, ampliando el alcance de la profesión más allá de su pasado agrícola y rural.

Existe una preocupación generalizada en torno a la salud mental de los veterinarios. Al entrar en la profesión, los veterinarios que inician su carrera se encuentran con colegas con identidades diversas y conflictivas, que se manifiestan en su diferente priorización del tratamiento clínico definitivo, las interacciones interpersonales o el éxito comercial de la consulta.