Imagina dedicar tu vida a una profesión por puro amor, sólo para descubrir que esa pasión se convierte en una fuente de inmensa presión y agotamiento emocional. Para muchos veterinarios, entre los que me incluyo, ésta es la cruda realidad. Desde muy joven me cautivaron los animales y me impulsó el deseo de comprenderlos y curarlos. Sin embargo, la realidad de la profesión veterinaria es mucho más compleja y exigente de lo que jamás hubiera imaginado. La carga emocional y física, junto con las presiones económicas y las decisiones de alto riesgo, a menudo provocan importantes problemas de salud mental y agotamiento. Mi periplo por la facultad de veterinaria y la práctica me reveló una dura verdad: la empatía que alimenta nuestra dedicación también nos hace vulnerables, y las estrategias para fomentar la resiliencia en nuestro campo son de vital importancia para nuestro bienestar.
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